LA PÉRDIDA DE UN HIJO
M:.M:. Gerardo Bouroncle Mc Evoy
Uno de los recuerdos más bellos de mi infancia siempre fueron los viajes por carretera en nuestro Chevrolet del ‘69, de color azul intenso, con sus alerones atrás y esos faros gigantescos que me hacían pensar a mis 10 años de edad que me transportaba en una nave espacial; la velocidad por aquella época ni siquiera se tomaba en cuenta, creo que Papá iba como a 120 km por hora. Y a pesar de lo amplio y cómodo de aquel bólido, siempre íbamos apretados, mis tres hermanos, la abuela y mi viejo pastor alemán. Las travesías en aquella gigantesca Nave motorizada hacia volar mi imaginación cuando apreciaba el paisaje por la ventana: los cerros, los arboles y el campo verde como una alfombra recién sacada de la fabrica.
Las paradas obligadas cuando viajábamos al Sur eran siempre en Ica a almorzar, la llegada a Camaná por la noche donde había que cenar y aquel hotel de turistas en donde pernoctábamos. Había un cine viejo y de fachada de madera en aquel lugar, con películas llamadas para Adultos en aquella época del gordo Porcel, que eran el deleite de mi padre; salía muerto de carcajadas con mi madre, mientras nosotros esperábamos en el hotel bajo la vigilancia de mi abuela a quien no se escapaba ni un solo detalle. Era la primera vez que la abuela nos acompañaba a Arequipa su tierra natal.
Un día le pregunte a la abuela del porque abandono Arequipa y se fue a lima. Sonriendo me dijo que el motivo principal que la tenia viviendo allí ya no estaba. Ese motivo era mi abuelo que murió a los 54 años, aun con una vida por delante, presa del Cáncer al pulmón pasó los últimos días de su vida pegado con un tubo de oxigeno y pidiéndole perdón a mi abuela por haber fumado tanto.
“Sé que aun hay dos chicos en casa” -le dijo el abuelo; pero los más grandes ya están listos para enfrentar la vida.
Por aquella época la abuela tenía al tío Jorge de 6 años y a mi tío Alfredo de 12. Casi un año después de la muerte del abuelo Jorge murió de una fuerte neumonía. La abuela aterrada cogió sus maletas, lo que pudo y se fue de su bella Arequipa, dejando lo único que la ataba allí que eran 2 ataúdes con la mitad de su vida. Nunca volvió.
Yo siempre le decía que debería volver, se negó siempre hasta este viaje en que a regañadientes y bajo la presión de mi padre subió al auto con nosotros y después de muchas horas de viaje volvió a ver aquel hermoso volcán con su cúpula de nieve imponente y majestuoso como dicen los lugareños. La abuela al entrar a la ciudad empezó a llorar con un sentimiento de culpa como si ella misma le hubiese quitado la vida a aquellos seres tan amados.
No llores - le dije; yo estaré contigo en todo momento. Me miró muy tiernamente me acaricio la cabeza con sus pequeñas manos temblorosas y acercándose de apoco llego a mi oído diciendo: nunca me abandones, espera siempre que yo me vaya y no tú. Además no es buena educación dejar a una persona mayor sola.
En aquel momento no entendí para nada el significado de las palabras de la abuela, sin embargo la abrace muy fuerte y le dije que nunca la abandonaría, que siempre estaría a su lado.
Y creo que con el tiempo cumplí mi promesa de a poco; pasaba largas horas sentado frente a aquella señora que con una catarata galopante en sus ojos no paraba de frotárselos para alcanzar a ver algo. Por las tardes tenía que leerle las noticias en el diario, esto empezó a generar en mi el habito de la lectura, leía noticias internacionales y de apoco también conocí el mundo sin querer, los países, los presidentes, la ONU, en fin tantas cosas que a los niños de mi edad les importaba muy poco.
Con el correr del tiempo entre a la facultad de Medicina y ya no solo no tenía tiempo para mí sino que las visitas a la abuela se hicieron muy espaciadas. El deterioro en su salud la llevaron a postrarla en una cama clínica instalada en su habitación, el inmobiliario paso a convertirse en un pequeño hospital, lleno de enfermeras, sueros colgantes, sondas y ese olor a desinfectante que solo percibía en mis practicas del hospital.
Mi abuela vivía casi fuera de su realidad, un día me senté con ella al borde de su cama; me miro con la mirada perdida pero con un afán de encontrar en mi rostro algo familiar, como perdida en el tumulto de la gente tratando de ubicar un rostro conocido para sentirse protegida, las lagrimas empezaron a correr por sus mejillas ojerosas por el paso agotador de los años……………..soy yo abuela!! Le dije.
Empezó a sonreír: no me abandonaste - me dijo.
Claro que no, te lo prometí un día y aquí estoy. Me respondió: Bueno entonces es hora de que yo me vaya, eres un niño educado, aprendiste mucho; ahora si estoy contenta contigo Jorge, ya te perdone por que aquella vez te fuiste antes que yo.
Mis lagrimas no pararon frente a aquella señora, su vida se estaba yendo de a poco; fue entonces que entendí el dolor tan grande que pudo haber sentido con la partida del tío Jorge a sus 6 años de edad, el dolor que la llevo el resto de su vida por tamaña pérdida y el sentimiento de vacio al perder un hijo, comprendí recién porque se tuvo que ir y abandonar todo lo que tenia y empezar de nuevo.
Por la tarde me senté frente al televisor y mis dos hijos se sentaron frente a mi; los abrace muy fuerte y les dije: “recuerden siempre que la vida es un proceso de aprendizaje, hoy estoy aprendiendo con ustedes a ser papá y ustedes a ser hijos, estamos todos aprendiendo a vivir en armonía, si uno faltase esa armonía se quebraría; mi aprendizaje de padre terminara el día que yo me vaya; es por eso que los cuido tanto porque en el camino yo estoy delante de ustedes y nunca me pasen por mas sabiduría que alcancen, yo estaré delante de ustedes, pero no por saber más sino para aligerarles ese camino.
Mi abuela me enseño a comprender algo del dolor de una Madre al perder un hijo. Hoy sentado en mi puesto en Logia recordé eso Mismo; el dolor que podemos sentir cuando un Hermano se va, el dolor de mi Madre Logia al ver partir un hijo………………………………………..sobretodo: sin despedirse.
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